domingo, 7 de julio de 2013

CAPÍTULO 4

DESENTERRANDO RECUERDOS

MÍA

Habían pasado 2 semanas de la muerte de mi abuela. No podía creérmelo, en realidad no quería. No tuve ni siquiera suficiente valor para ir a despedirme de mi abuela, estaba demasiado destrozada. Cuando pasó el suficiente tiempo para poder ser capaz de salir de mi cuarto, supe que ya era bastante. No debía comportarme como una cría, más que nada, porque mi abuela me enseño a no mirar hacia atrás, y a ser valiente. Esos consejos fueron los que me sacaron de un cuarto en penumbra con olor a mustio, polvo y lágrimas.
Decidí, entonces, que ya era suficiente mal trago y que tenía que salir de allí. Llamé a Peter para dar un paseo. Él era el único que podía sacarme de este sufrimiento. Cuando éramos pequeños, con 8 años, y los niños se metían conmigo, él fue el único que me defendió y desde entonces somos amigos. A él le puedo contar todo y sé que me comprende, por eso le llamé hoy.

Me acuerdo un día en que las niñas de mi clase me llenaron el pelo de pegamento y purpurina porque las había dejado en evidencia ante la profe, y cuando salí del cole, con tanta vergüenza, me fui corriendo a “el manzanar”. Era el único parque donde sabia que la gente no me encontraría. Me escondí debajo del puente del riachuelo porque pensaba que allí nadie me vería. Estaba equivocada, al cabo de un rato, por encima de la piedra del puente apareció la cara de Peter con una sonrisa.
-          Vaya, lo has encontrado – me dijo.
-          ¿Cómo? – yo estaba extrañada, no sabía que quería decirme con eso.
-          El puente en el que estás; es mi preferido, y es el que guarda los mayores secretos del mundo mágico de las hadas – me decía con una sonrisa.
-          ¿En serio? – en realidad, me empezaba a interesar lo que me decía y la tristeza se me pasaba.
-          Sí, pero el problema es que no hay un nombre para este puente, ni una princesa que lo gobierne, porque este puente también es la puerta que lleva al mundo mágico de las hadas y la princesa es la que representa ese reino, pero como no hay ninguna… - me decía con sarcasmo.
-          Mmm… ¿puedo ser yo? – dije con un poco de intriga.
-          ¿Tú, la princesa?. Bueno podría ser. Pero necesitarás un caballero que proteja la entrada ¿no? –
-          Mmm… podrías ser tú – le dije con una sonrisa.
-          Bueno, entonces tú eres la princesa y yo el caballero ¿no? Pues necesitamos un nombre para la entrada ¿no crees? ¿¡Qué te parece…“El puente de los mil secretos”!? –
-          ¡Me gusta! – dije con entusiasmo. 
Nos encontrábamos 10 años después en el mismo sitio, pero esta vez habían cambiado las cosas. 1. Mi tristeza no se arreglaría con un truco que se sacara Peter de la manga para intentar hacerme feliz y 2 ya no somos tan niños como para creer en cuentos de hadas. Pero una cosa si estaba clara me sentía a gusto allí, era un sitio donde poder agarrarme cuando estaba triste.
-          Bueno, señorita princesa, aquí su acaballero andante está para serviros – me decía mientras se arrodillaba ante mí.
-          Peter… - decía sin ganas.
-          ¿Está usted preparada para entrar en el mundo de los sueños y la magia? – me insistía, mientras señalaba un dibujo que había en un lateral del puente por debajo.
Ese dibujo lo hicimos para simular que era la famosa entrada a nuestro mundo mágico.
-          Peter, no. Ahora no estoy en condiciones de juegos. Por favor –
-          Mía, sabes que puedes contar conmigo. Por eso estoy aquí contigo – me intentaba consolar.
De repente mis labios empezaron a temblar, Peter tuvo que notarlo porque acto seguido me cogió del brazo, me atrajo hacia sí y me abrazó. En ese momento rompí a llorar. Empezaron a brotar desde dentro de mí un torrente de recuerdos  y un montón de lágrimas mojaron la camisa de cuadros de Peter.
Era fácil abrazarme, una chica delgada con el pelo moreno, largo y ondulado, la tez blanca y los ojos castaños y que mide 1’67m. Era fácil abrazarme.
-          Sshh… no pasa nada – me intentaba consolar.
-          ¿Por qué se tuvo que poner enferma? – no lo comprendía.
-          Eso no lo podías arreglar tú. Los médicos hicieron lo que pudieron. Tú no podías curarla – al menos intentaba calmarme.
No sé por qué, pero con él siempre me he sentido capaz de ser yo misma, lo que si tengo claro es que con él me puedo desahogar.
Siempre he tenido un gran aprecio por Peter, es muy importante en mi vida.

Me sequé las lágrimas e intenté poner unas de mis mejores sonrisas. Peter tenía razón yo no tenía el poder de curar o no a mi abuela. Si había muerto, sería por una fuerza mayor a nosotros.
-          ¿Te acuerdas cuando, en Pascua, nos íbamos a casa de tu abuela y nos poníamos a crear con ella los huevos de pascua? – era un buen recuerdo. Yo creo que por eso me lo recordó Peter.
-          Si me acuerdo. Siempre nos invitaba a ayudarla, porque luego los llevábamos al centro de los más necesitados para que pasaran un buen día –
-          También recuerdo que nunca acabábamos de hacerlos, siempre terminaban encima de nuestra ropa, espachurrados – me decía.
-          Si, es verdad. La abuela nunca se enfadaba. Casi siempre participaba en nuestras batallas de “Egg-ball” – era el mejor de todos nuestros recuerdos.
-          Y luego llegaba tu madre y se enfadaba con nosotros por ensuciarnos tanto la ropa –
-          Creo que fue unas de las pocas cosas que hacían que no odiase el día de Pascua –
-          Y uno de los que puedes recordar mejor a tu abuela – comentó Peter.
-          Si, es cierto – agaché la cabeza cuando Peter me dijo el comentario.
-          Eh, no pasa nada. Es bueno que recuerdes a tu abuela así, feliz – me volvió a abrazar para consolarme.
El sabía perfectamente que me costaría un tiempo sobrellevar la muerte de mi abuela y poder hablar de ella sin que se me saltase ninguna lágrima. Pero al menos él intentaría ayudarme, como siempre hacía.
-          Recuerdo una cosa que me dijo mi abuela en el hospital la primera vez que la fui a ver – le dije
-          ¿Qué te contó? –
-          Me dijo, bueno más bien me hizo prometer que iría a su vieja casita del lago –
-          ¿Esa que íbamos de pequeños en verano? –
-          Si esa –
-          ¿Y para que quería tu abuela que fueras allí? Esa casa está medio en ruinas. Nos contó tu madre que por poco se le cayó el techo encima a tu tía una vez y desde entonces nadie ha vuelto allí, aparte de que está casi en Canadá. –
-          Porque quería que la arreglase y la mejorase, para cuando ella se pusiera mejor, ella podría ir allí y nos quedaríamos en esa casa las dos, lejos del mundo, lejos de la contaminación, lejos del ruido. Pero creo que la enfermedad ganó antes que ella – empecé a llorar de nuevo.
-          Eh shh… venga vamos a hacer una cosa – de nuevo Peter quería consolarme como podía, y esta vez ni su abrazo pudo remediarlo.
-          Eh Mía, escúchame –
Entre lágrimas intenté vislumbrar su rostro. Y entonces me sorprendí a mi misma: Peter es guapo, nunca me había fijado, pero Peter es muy guapo. Sus ojos son como dos ventanas que dan a un hermoso bosque. Y su pelo es como una tarde de otoño. ¿Por qué no me había fijado nunca?



-          ¿Qué…e? – dije con un tono un tanto extraño.
-          ¿Por qué no hacemos una cosa? –
-          ¿El qué? – lo decía entre sorbidos de lágrimas.
-          ¿Por qué no cumplimos le prometiste a tu abuela? –
-          ¿Cómo? – esta vez estaba muy extrañada.
-          Si, ¿Por qué no vamos a la casa del lago y la arreglamos? Así podemos pasar las vacaciones allí cuando vayamos siendo mayores, como un lugar donde quedarnos cuando estemos mal ¿eh? ¿Qué te parece? –
-          ¿En serio? –
-          De verdad-
-          Pero ¿Estás seguro? ¿Eres capaz de pasar un verano entero haciendo de manitas? – después de decir esto me entro la risa tonta.
-          ¿Qué podría ocurrir? – lo dijo muy seguro de sí mismo.
Creo que esto no lo debería haber dicho. Pueden ocurrir muchas cosas en un verano.





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