UN VIAJE INESPERADO
MÍA
Un halo de luz atravesó la ventana
de mi habitación. Una habitación de dimensiones grandes, con forma octogonal,
de tal forma que en cada pared se puede colocar más de un mueble.
En una de las dos paredes mas
grandes hay colocada una tele de plasma… está así colocada porque justo
enfrente, para poder verla cómodamente, con la pared del mismo tamaño, está
colocada mi cama. Una cama enorme, casi matrimonial, con cuatro bastones que
actúan como pilares y al mismo modo hacen la forma de una cama con dosel, que
de él cuelgan unas cortinas con acabado gris metálico. Ella toda tiene forma
ibera, en honor a mi bisabuela.
A la izquierda hay situado un
sifonier (armario de cajones). Y a la derecha una fila de estanterías, con un
sinfín de libros… Los cuales, solo me he leído la mitad J
Pero claro justo a los lados de
la tele de plasma se encuentran dos puertas negras, una para mi baño particular
y otra para mi armario…
Desde un punto intermedio se
puede ver mi habitación como una sala de colores blancos con tonos gris
metálicos y con detalles negros.
Justo en el centro de mi cama una
pequeña línea de luz, que proviene de mi ventana, está situada encima de mí.
A los pocos instantes me
despierto. Estamos a 18 de junio y tanta luz no la puedo soportar.
Después de levantarme y de
ponerme mi ropa de deporte, cojo mis llaves y me voy a correr.
Como estamos a junio, estos días
son de los más calurosos y a la hora de correr son de los más complicados.
Pero un buen remedio es ir al
parque de nuestro pequeño pueblo “el manzanar”. Allí se está más fresco porque
los arboles son más altos y casi ocupan la mayor parte del parque y así evitan
que la luz no incida tan directamente en las personas.
Me gusta ir allí, porque es un
sitio muy poco inusual para que la gente fuera con frecuencia… y porque allí
era donde me escapaba cuando era pequeña con mi amigo Peter para jugar al
escondite… luego nos encontraban nuestros padres y se nos acababa la diversión.
Qué recuerdos…
Después de recorrerme casi todas
las hectáreas del parque, me encaminé para volver a casa, pero justo entonces
me encontré con algo que me devolvió a mi infancia en un instante… era una
pequeña cabaña de diversos colores, la cual la construimos Peter y yo con 9
años. Nos pasábamos la mayor parte de las tardes de verano aquí.
Intenté subir pero un escalón
cedió. Era de esperar esta cabaña lleva abandonada casi siete años. Me di media
vuelta y seguí con mi recorrido de vuelta a casa. Sabía que tarde o temprano
esta pequeña casita la derribarían y ni Peter y yo podremos evitarlo.
Cuando regresé a casa mi madre me
estaba esperando en la cocina, ¡qué raro! K
Me había preparado mi desayuno
favorito, y eso que no había hecho nada por ella en los últimos días.
- Mamá, ¿Qué ocurre? – la pregunté.
- Eh, nada hija. ¿Qué tal el día? Seguro que tienes
hambre, anda desayuna. –
Lo bueno que tenía yo, era que
podía detectar mentiras en 100 km. a la redonda. Y esto era una mentira.
- ¿Mamá? –
- Venga desayuna, que seguro que vienes con hambre y
además… -
- ¡Mamá! - la espeté
-
Vale hija, es la abuela. Ha vuelto de su viaje pero no
viene muy bien. –
- ¿Qué? ¿pero qué la pasa? – En ese instante me empecé a
asustar.
Era mi abuela. Mi querida
abuelita. ¿Cómo podía estar enferma? ¿Qué la habría pasado?
-
Al parecer, hay una zona de dónde vive en que están
construyen y a caído en una terrible enfermedad. – Me decía mi madre entre
lágrimas.
El hospital al que habían llevado
a mi abuela, estaba en Seatell. Era al único estado que se la podía llevar de
emergencia. No me acuerdo del hospital, intento borrar esas imágenes en que mi
abuela estaba allí “encerrada”. Las salas eran horribles, con olores espantosos
a antiséptico y legía. No me gustaba ese sitio, el 45% de la gente que entraba
no salía, y por eso quería salir de allí pitando, pero, eso sí, con mi abuela.
La habían ingresado en la tercera
planta de enfermos con cáncer. Imposible, mi abuela no podía estar enferma de
cáncer, no, ella nunca ha fumado, ni siquiera nadie nuestra familia a muerto
por aquella enfermedad.
En la habitación de mi abuela
solo había una camilla y una pequeña mesilla con un vaso de agua. Era bastante
tétrica y vacía sin ninguna señal de que pueda sobrevivir alguien allí.
Mi abuela, una pequeña figura humana y sin
apenas color, se encontraba encima de la camilla. En la pequeña y sombría
habitación, también se encontraba un doctor que estaba tomando nota de las
variaciones que tomaba la vida de mi abuela.
-
Buenos días, soy el doctor Esteban – nos dijo el hombre
que tomaba nota sobre mi abuela. – he estado tomando nota sobre el estado y la
enfermedad de la señora Stewart. Está funcionando bien al tratamiento. Dentro
de poco podremos ver cómo evitar que la enfermedad prosiga.-
-
¿De qué enfermedad se trata? – le pregunté.
Sabía que tenía que aparentar ser
fuerte y que no notaran que estaba a punto de desmadrarme.
-
Es cáncer de pulmón. – declaró el médico - Comenzó
cuando las obras comenzaron al lado de la casa de su abuela. Esas obras
expulsaban un tipo de contaminante que provoca un tumor en los alveolos
pulmonares. – cada palabra era como un pequeño pinchazo en el fondo de mi alma
- En cierto modo tiene cura, pero solo cuando el paciente está estable. –
-
¿Se puede saber cuándo despertará? – preguntó mi madre.
-
No lo sabemos con precisión, pero de lo que estamos
seguros es de que despertará. Ha inalado poca toxina, asique el tratamiento se
decidirá pronto. –
Estuvimos en el hospital 3
semanas, esperando a que mi abuela despertara. Mi madre y yo nos turnábamos
para poder dormir en una cama decente en vez de acomodarnos en un trozo duro de
cuero, en la habitación del hospital, al que llamaban sofá.
Cuando decidí cambiarme por mi
madre el día 10 de julio, noté algo raro en mi abuela, estaba menos tensa y sus
brazos estaban situados de diferente forma. Me acerqué a ella y observé que
tenía las mejillas húmedas, como si hubiera estado llorando.
-
¿Abuela? – pregunté extrañada.
De repente, unos ojos marrones como platos se alzaron ante mí.
-
Mi querida Mía – me contestó al fin.
-
¡Abuela! Creía que nunca despertarías – la decía entre
lágrimas.
Abracé a mi abuela tanto como
ella aguantaría, no que ría aplastarla.
-
Ha sido un viaje muy largo ¿Verdad? – me dijo.
-
¿Cómo? – pregunté extrañada.
-
Sabía que tarde o temprano esas máquina me dañarían,
con esos polvos tan extraños –
-
Ho abuela tenías que haberte quedado en tu casita del
lago. Seguro que allí no te hubiera pasado nada –
-
Mi pequeña Mía, esa casa está destrozada, si me hubiese
quedado allí se me habría caído el techo encima y ahora no tendrías abuela – me
contaba entre risas.
No sé qué habría pasado si ella
no hubiese despertado.
A los pocos instantes el doctor
entra en la habitación. Consigo tiene la tablilla de consulta de mi abuela.
-
Buenos días, señora Stewart. ¿Qué tal se ha despertado?
–
-
Pues bastante bien, ¿qué me recomienda para hoy?
-
Pues una buena sopa de tomate y estará como una rosa.
Además si dice que va de mi parte le darán ración doble –
-
Me parece bien. –
- Bueno hablemos de su tratamiento, he estado estudiando
su circulación y he visto que no va a poder eliminar toda la toxina si no se le
practica un trasplante cuanto antes – explica el médico
-
Ya veo – dice mi abuela.
-
No, no, no pueden hacerte esto, no abuela no, puede
salir mal. No, no ,no –
-
Mía no te preocupes querida, no va a pasar nada –
intentaba mi abuela.
-
No abuela, ¡no! –
-
Mía quiero que me prometas una cosa. Quiero que no
estés aquí hasta la operación. Quiero que me hagas un favor. –
-
No abuela… -
-
Quiero que vayas a mi vieja casa del lago y que la
arregles para que cuando salga de esta nos vayamos las dos allí a vivir juntas.
Sin contaminación, sin ruido. Solo nosotras dos y nuestras historias ¿Vale?
Quiero que me lo prometas -
Sabía que sería duro aguantar
estos. Pero me lo había pedido ella y tenía que cumplirlo. Me sequé las
lágrimas y valiente la dije:
-
Si abuela te lo prometo. Lo haré por ti. Iré – Dije al fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario