domingo, 23 de junio de 2013

CAPÍTULO 3

UN VIAJE INESPERADO

MÍA

Un halo de luz atravesó la ventana de mi habitación. Una habitación de dimensiones grandes, con forma octogonal, de tal forma que en cada pared se puede colocar más de un mueble.
En una de las dos paredes mas grandes hay colocada una tele de plasma… está así colocada porque justo enfrente, para poder verla cómodamente, con la pared del mismo tamaño, está colocada mi cama. Una cama enorme, casi matrimonial, con cuatro bastones que actúan como pilares y al mismo modo hacen la forma de una cama con dosel, que de él cuelgan unas cortinas con acabado gris metálico. Ella toda tiene forma ibera, en honor a mi bisabuela.
A la izquierda hay situado un sifonier (armario de cajones). Y a la derecha una fila de estanterías, con un sinfín de libros… Los cuales, solo me he leído la mitad J
Pero claro justo a los lados de la tele de plasma se encuentran dos puertas negras, una para mi baño particular y otra para mi armario…
Desde un punto intermedio se puede ver mi habitación como una sala de colores blancos con tonos gris metálicos y con detalles negros.
Justo en el centro de mi cama una pequeña línea de luz, que proviene de mi ventana, está situada encima de mí.
A los pocos instantes me despierto. Estamos a 18 de junio y tanta luz no la puedo soportar.
Después de levantarme y de ponerme mi ropa de deporte, cojo mis llaves y me voy a correr.
Como estamos a junio, estos días son de los más calurosos y a la hora de correr son de los más complicados.
Pero un buen remedio es ir al parque de nuestro pequeño pueblo “el manzanar”. Allí se está más fresco porque los arboles son más altos y casi ocupan la mayor parte del parque y así evitan que la luz no incida tan directamente en las personas.
Me gusta ir allí, porque es un sitio muy poco inusual para que la gente fuera con frecuencia… y porque allí era donde me escapaba cuando era pequeña con mi amigo Peter para jugar al escondite… luego nos encontraban nuestros padres y se nos acababa la diversión. Qué recuerdos…
Después de recorrerme casi todas las hectáreas del parque, me encaminé para volver a casa, pero justo entonces me encontré con algo que me devolvió a mi infancia en un instante… era una pequeña cabaña de diversos colores, la cual la construimos Peter y yo con 9 años. Nos pasábamos la mayor parte de las tardes de verano aquí.
Intenté subir pero un escalón cedió. Era de esperar esta cabaña lleva abandonada casi siete años. Me di media vuelta y seguí con mi recorrido de vuelta a casa. Sabía que tarde o temprano esta pequeña casita la derribarían y ni Peter y yo podremos evitarlo.
Cuando regresé a casa mi madre me estaba esperando en la cocina, ¡qué raro! K
Me había preparado mi desayuno favorito, y eso que no había hecho nada por ella en los últimos días.
-     Mamá, ¿Qué ocurre? – la pregunté.
-       Eh, nada hija. ¿Qué tal el día? Seguro que tienes hambre, anda desayuna. –
Lo bueno que tenía yo, era que podía detectar mentiras en 100 km. a la redonda. Y esto era una mentira.
-       ¿Mamá? –
-        Venga desayuna, que seguro que vienes con hambre y además… -
-        ¡Mamá! - la espeté
-          Vale hija, es la abuela. Ha vuelto de su viaje pero no viene muy bien. –
-         ¿Qué? ¿pero qué la pasa? – En ese instante me empecé a asustar.
Era mi abuela. Mi querida abuelita. ¿Cómo podía estar enferma? ¿Qué la habría pasado?
-          Al parecer, hay una zona de dónde vive en que están construyen y a caído en una terrible enfermedad. – Me decía mi madre entre lágrimas.

El hospital al que habían llevado a mi abuela, estaba en Seatell. Era al único estado que se la podía llevar de emergencia. No me acuerdo del hospital, intento borrar esas imágenes en que mi abuela estaba allí “encerrada”. Las salas eran horribles, con olores espantosos a antiséptico y legía. No me gustaba ese sitio, el 45% de la gente que entraba no salía, y por eso quería salir de allí pitando, pero, eso sí, con mi abuela.

La habían ingresado en la tercera planta de enfermos con cáncer. Imposible, mi abuela no podía estar enferma de cáncer, no, ella nunca ha fumado, ni siquiera nadie nuestra familia a muerto por aquella enfermedad.

En la habitación de mi abuela solo había una camilla y una pequeña mesilla con un vaso de agua. Era bastante tétrica y vacía sin ninguna señal de que pueda sobrevivir alguien allí.
 Mi abuela, una pequeña figura humana y sin apenas color, se encontraba encima de la camilla. En la pequeña y sombría habitación, también se encontraba un doctor que estaba tomando nota de las variaciones que tomaba la vida de mi abuela.
-          Buenos días, soy el doctor Esteban – nos dijo el hombre que tomaba nota sobre mi abuela. – he estado tomando nota sobre el estado y la enfermedad de la señora Stewart. Está funcionando bien al tratamiento. Dentro de poco podremos ver cómo evitar que la enfermedad prosiga.-
-          ¿De qué enfermedad se trata? – le pregunté.
Sabía que tenía que aparentar ser fuerte y que no notaran que estaba a punto de desmadrarme.
-          Es cáncer de pulmón. – declaró el médico - Comenzó cuando las obras comenzaron al lado de la casa de su abuela. Esas obras expulsaban un tipo de contaminante que provoca un tumor en los alveolos pulmonares. – cada palabra era como un pequeño pinchazo en el fondo de mi alma - En cierto modo tiene cura, pero solo cuando el paciente está estable. –
-          ¿Se puede saber cuándo despertará? – preguntó mi madre.
-          No lo sabemos con precisión, pero de lo que estamos seguros es de que despertará. Ha inalado poca toxina, asique el tratamiento se decidirá pronto. –

Estuvimos en el hospital 3 semanas, esperando a que mi abuela despertara. Mi madre y yo nos turnábamos para poder dormir en una cama decente en vez de acomodarnos en un trozo duro de cuero, en la habitación del hospital, al que llamaban sofá.

Cuando decidí cambiarme por mi madre el día 10 de julio, noté algo raro en mi abuela, estaba menos tensa y sus brazos estaban situados de diferente forma. Me acerqué a ella y observé que tenía las mejillas húmedas, como si hubiera estado llorando.
-          ¿Abuela? – pregunté extrañada.
De repente, unos ojos  marrones como platos se alzaron ante mí.
-          Mi querida Mía – me contestó al fin.
-          ¡Abuela! Creía que nunca despertarías – la decía entre lágrimas.
Abracé a mi abuela tanto como ella aguantaría, no que ría aplastarla.
-          Ha sido un viaje muy largo ¿Verdad? – me dijo.
-          ¿Cómo? – pregunté extrañada.
-          Sabía que tarde o temprano esas máquina me dañarían, con esos polvos tan extraños –
-          Ho abuela tenías que haberte quedado en tu casita del lago. Seguro que allí no te hubiera pasado nada –
-          Mi pequeña Mía, esa casa está destrozada, si me hubiese quedado allí se me habría caído el techo encima y ahora no tendrías abuela – me contaba entre risas.
No sé qué habría pasado si ella no hubiese despertado.
A los pocos instantes el doctor entra en la habitación. Consigo tiene la tablilla de consulta de mi abuela.
-          Buenos días, señora Stewart. ¿Qué tal se ha despertado? –
-          Pues bastante bien, ¿qué me recomienda para hoy?
-          Pues una buena sopa de tomate y estará como una rosa. Además si dice que va de mi parte le darán ración doble –
-          Me parece bien. –
-         Bueno hablemos de su tratamiento, he estado estudiando su circulación y he visto que no va a poder eliminar toda la toxina si no se le practica un trasplante cuanto antes – explica el médico
-          Ya veo – dice mi abuela.
-          No, no, no pueden hacerte esto, no abuela no, puede salir mal. No, no ,no –
-          Mía no te preocupes querida, no va a pasar nada – intentaba mi abuela.
-          No abuela, ¡no! –
-          Mía quiero que me prometas una cosa. Quiero que no estés aquí hasta la operación. Quiero que me hagas un favor. –
-          No abuela… -
-          Quiero que vayas a mi vieja casa del lago y que la arregles para que cuando salga de esta nos vayamos las dos allí a vivir juntas. Sin contaminación, sin ruido. Solo nosotras dos y nuestras historias ¿Vale? Quiero que me lo prometas -
Sabía que sería duro aguantar estos. Pero me lo había pedido ella y tenía que cumplirlo. Me sequé las lágrimas y valiente la dije:
-          Si abuela te lo prometo. Lo haré por ti. Iré – Dije al fin.